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La colapsología: cómo prepararnos para un futuro sin petróleo

Maria Rodríguez


Nuestra generación tiene una difícil decisión que tomar: o esperar para soportar los cataclismos climáticos y estructurales que se avecinan o, para evitar algunos, dar un giro tan fuerte que muy probablemente desencadenará el fin del mundo industrial tal y como lo conocemos. Esta es la reflexión de la que parte Pablo Servigne, ingeniero agrónomo y doctor en Biología, en el libro que publica junto a Raphaël Stevens y Gauthier Chapelle “Otro fin del mundo es posible. Vivir el colapso, no solo sobrevivirlo” (Une autre fin du monde est possible. Vivre l’effondrement, et pas seulement y survivre, título original en francés), Ed. Du Seuil, 2018.


La situación crítica en la que se encuentra el planeta ya está más que demostrada y los colapsos climáticos y sistémicos empiezan a sucederse unos detrás de otros. Es en este contexto que el libro muestra que tomar el cambio de rumbo hacia nuevos horizontes implica necesariamente un cuestionamiento radical de nuestra visión de mundo.


Ante los años de desorganización e incertidumbre que sin duda se avecinan, ¿cómo nos planteamos el futuro? ¿Queremos simplemente sobrevivir o somos capaces de proyectarnos más allá y plantear un nuevo paradigma que nos permita superar estos colapsos? Más allá del optimismo o el pesimismo, este camino por explorar comienza, según los autores, desde la colapsología y va evolucionando hacia lo que se podría llamar colapso-sofía.


Para responder a las cuestiones planteadas, Servigne en una conferencia en 2018 en Monpellier, destaca dos hechos; en primer lugar recuerda que el petróleo es una fuente de energía extremadamente concentrada y rica. Unos cincuenta litros de petróleo equivalen a cuatro años de trabajo humano. O lo que es lo mismo, el petróleo que un europeo medio consume para alimentarse, transportarse, calentarse… equivale a la fuerza de quinientos humanos. Así que, el primer hecho es que somos muy ricos ya que tenemos a quinientos esclavos energéticos trabajando para nosotros día y noche.


El segundo hecho es que comemos petróleo. Nuestra civilización termo-industrial está basada en la energía que nos provee el petróleo (para fabricar plástico, textiles, medicinas…) y toda la sociedad depende de ella. En nuestro sistema actual, para que los alimentos lleguen a nuestras mesas, necesitamos grandes cantidades de petróleo y por ello los precios de los alimentos están directamente ligados a los del combustible.


Entonces, ¿qué pasará cuando ya no podamos disponer de energía infinita, cuando nos quedemos sin “esclavos energéticos”, o cuando ya no podamos comer? ¿Qué haremos cuándo ya no sea económicamente viable extraer petróleo? Según el consenso de los expertos, ya hemos entrado en el proceso de declive y en la reducción progresiva del sueldo energético con el que estamos viviendo. Como expone Antonio Turiel, las fuentes de energía no renovables ya han superado el máximo de producción y las renovables no van a ser capaces de responder a las mismas exigencias. Aunque todo indica que podremos desarrollar nuevas tecnologías en los próximos treinta o cincuenta años, el problema lo tenemos ahora, es nuestra generación, la de los nacidos a finales del siglo XX y principios del XXI la que se va a tener que enfrentar a esta realidad.


Es más, es muy interesante aquí el apunte que hace Servigne en su conferencia en relación a la diferencia entre un problema y un predicament (no hay realmente una traducción fiel en Castellano). No nos enfrentamos a un problema para el cual podamos encontrar una solución, estamos ante una situación inextricable y lo único que podemos hacer es aprender a convivir bien con ello. En este sentido, el objetivo del movimiento autodenominado como colapsología no es decir que todo está perdido, que no hay nada más a hacer, sino que trata de encontrar alternativas y maneras de entenderse para superar la crisis lo mejor posible.


Por lo tanto, si nuestro sistema alimentario (y de sociedad en general) depende del petróleo y en las próximas décadas cada vez será menos accesible, la pregunta lógica es, ¿qué sistema alternativo vamos a construir?


El libro presenta varias propuestas ligadas con la permacultura, la agricultura intensiva en mano de obra, probablemente en los núcleos urbanos que es donde hay más mano de obra disponible. Ya ha habido ejemplos de esto en Detroit después de la crisis del 2008, en los Victory Gardens de la primera Guerra Mundial o en la Cuba de los años noventa que siendo el país más industrializado de América Latina quedó aislada después de la caída del bloque soviético y del embargo de Estados Unidos. Tuvieron que apañárselas con lo que tenían, convirtieron camiones en autobuses para la población, parques urbanos en huertos... dicen que el cubano es creativo, y fue eso junto con su sentido de comunidad lo que les permitió superar la crisis.


Del mismo modo, y a nivel más individual, se enfatiza la importancia de parar de malgastar (la mitad de la producción alimentaria se tira) y comer menos carne y productos procesados para frenar el sistema de producción predatoria que destruye el ecosistema.


En cualquier caso, lo que está claro es que continuar como ahora no es algo que podamos escoger. No es una alternativa mantener un sistema económico y social que requiere del crecimiento infinito en un planeta que es finito. Y ante esto, ahora mismo, estamos en estado de estupefacción, de parálisis. Porque la realidad es que si paramos la “maquina” ahora, si cesamos la extracción, la utilización de energías no renovables y todo el resto, colapsaremos nuestro sistema financiero y modelo de sociedad, pero si continuamos sin parar, vamos a destruir el sistema-tierra lo que, a su vez, significará inevitablemente la destrucción de nuestro sistema financiero y de nuestra sociedad. Así que, Servigne nos recomienda no caer ni en la negación ni en la desesperación, hay que mantener un pie en la lucidez y otro en la esperanza para poder avanzar.


El futuro no necesariamente tiene que pasar por ser o MadMax (si va mal) o StarWars (si va bien). Y aunque queda claro que Hollywood tiene una fijación con el colapso, las soluciones reales no van a ser nada cinematográficas. Como decía Turiel en su conferencia citada antes, la película sería poco entretenida si se tratara de gente que ahorra agua, comparte electrodomésticos y medios de transporte, trabajan localmente, cuidan a los bosques… Tenemos la capacidad y el conocimiento para ofrecer unas condiciones de vida muy buenas a todos los habitantes del planeta consumiendo menos energía. Pero requiere un cambio económico, social y quizás aún más importante, un cambio interno, psicológico.


Tomemos ejemplo de cómo las plantas se relacionan entre ellas. Explica Peter Wohlleben en su libro “La vida secreta de los árboles” Ed. Obelisco, 2016, como los ecosistemas han demostrado ser expertos en resiliencia (nos llevan varios millones de años de ventaja a los humanos). Los árboles, por ejemplo, funcionan mejor juntos porque crean un clima local equilibrado. Cada árbol es importante para la comunidad y el bosque actúa en consecuencia: a los ejemplares enfermos el resto les proporciona los nutrientes necesarios para que sanen. Aunque pueden competir ferozmente con otras especies, también pueden entablar amistad y vigilar que ninguna rama demasiado gruesa crezca en dirección del otro. Los árboles igualan sus debilidades y sus fuerzas. A través de las raíces tiene lugar un intercambio activo. El que tiene mucho cede y el que tiene poco recibe ayuda. Como se ve en la permacultura, cuando aplicamos los principios de los sistemas de los seres vivos, generamos abundancia inmediatamente.


Por lo tanto, el peligro real no es que nos sobrevenga una crisis o un colapso. Ya ha pasado varias veces a lo largo de la historia y (aunque con dificultad) hemos podido salir adelante. Además, la ciencia y la tecnología nos van a ayudar a dar con soluciones e implementarlas. El peligro real es cómo llegamos a esta crisis, con qué mentalidad o con qué predisposición. Si el paradigma dominante es el de la sociedad rica, la de los quinientos esclavos por persona, el de la cultura del egoísmo, no conseguiremos implementar las soluciones necesarias para sobrevivir. Solo en comunidad, fomentando las redes y la colaboración lo podremos lograr. Este es el verdadero reto al que debemos hacer frente.



Maria Rodríguez es una jurista especializada en políticas públicas internacionales.

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